El progresivo envejecimiento de la población está obligando a repensar el modo de atender a las personas mayores al final de su vida. Durante mucho tiempo, la familia desempeñaba un papel principal en esta etapa, pero los cambios sociales han provocado que el papel esencial del entorno familiar se haya debilitado.
En ese sentido, se insiste mucho en la necesidad de que la Administración Pública proporcione los recursos necesarios para asegurar una existencia y una muerte digna a las personas mayores. Sin embargo, se observa que, como por ejemplo ha ocurrido con la aplicación de las leyes de dependencia, el sector público está limitado para dar respuesta inmediata a una necesidad que crece más rápido que los medidas adoptadas.
Por ello, en varios países desarrollados de nuestro entorno se está impulsando la idea de que la propia comunidad (en el ámbito de una ciudad, un pueblo, un barrio) debe involucrarse en la atención y la protección de todas las personas que forman parte de ella, y en especial las más vulnerables, como los ancianos. De este principio surgen las denominadas Comunidades Compasivas, en las que los ciudadanos ejercen un acompañamiento de sus vecinos más frágiles, bien porque viven solos, padecen enfermedades o dolencias que les limitan su autonomía, o incluso se encuentran en la fase terminal de una enfermedad y desean morir en un entorno más amable que el de un anónimo hospital.
Para que este tipo de comunidades tenga éxito, en ellas se deben involucrar también a los agentes públicos, como centros de salud o asistentes sociales, para que coordinen el trabajo sanitario y de asistencia, y ayuden a identificar a las personas que más amparo necesitan. Así, guiarán a los habitantes de la comunidad en la atención a sus vecinos. De hecho, lo que se pretende es que cualquier ciudadano pueda tomar parte activa en la asistencia sin tener necesariamente conocimientos específicos.
No obstante, para la puesta en marcha de la comunidad compasiva es conveniente la formación de todos los ciudadanos en cuestiones básicas sobre el envejecimiento, el cuidado de la dependencia y, sobre todo, en la concienciación de que todos deben aportar su esfuerzo solidario en el sostenimiento de la comunidad como una entidad de auxilio mutuo que va más allá de los lazos familiares.
Como explica Julian Abel, experto en estas iniciativas, «las Ciudades Compasivas nacen con el objetivo de involucrar a la sociedad para que participe activamente en el proceso final de vida, tanto a nivel cultural como social. También promueven y ponen en marcha acciones de soporte social creando redes comunitarias que permitan cuidar a este grupo de personas, especialmente aquellas con enfermedad avanzada y combinada con necesidades de carácter social o familiar (soledad, pobreza, conflicto, accesibilidad, etc.)».
De modo más sistemático, según Javier Segura del Pozo, cabe señalar que las comunidades compasivas cumplen los siguientes cometidos:
- Aumentar la conciencia de la comunidad y de los profesionales sobre las situaciones implicadas en la muerte, y favorecer un cambio de actitud y comportamiento.
- Ayudar a compartir la experiencia sobre el final de la vida.
- Promocionar un modelo de cuidados paliativos integral, vinculado a la Atención Primaria de Salud y con una orientación hacia la Promoción de la Salud en el final de la vida.
- Programas de vigilancia compasiva. Las comunidades compasivas “vigilan” si en el vecindario hay moribundos, ancianos frágiles y aislados o familias que han sufrido perdidas. Ofrecen compasión, ayuda mutua y acompañamiento.