La velocidad de la vida en las ciudades provoca que se vuelvan invisibles quienes no participan de su vorágine. Así ocurre cada vez más a los ancianos, que después de una vida de trabajo y responsabilidad para sacar adelante a sus familias, se encuentran de repente sin nada que hacer y, lo que es peor, sin nadie que les haga caso.
Las noticias sobre situaciones de abandono de personas mayores son más frecuentes. Según los datos oficiales, en España viven ya casi cinco millones de personas solas, de las que la mitad superan los 65 años. Las autoridades han empezado a tomar medidas para paliar los terribles efectos de la soledad entre los mayores, pero a menudo llegan tarde porque no es solo cuestión de compromiso público, sino también de concienciación individual. Algo tan sencillo como preocuparse un poco por nuestro vecino ayudaría al menos a evitar algunas de las desgracias que difunden los medios.
Pero más allá de las desgracias, lo que principalmente necesitan las personas es compañía para luchar contra la soledad. Cuando los familiares o amigos no puede estar al lado de sus mayores, llega el momento de que se involucren otras personas. En un reportaje del diario El País se relatan algunas historias de jóvenes que han decidido ayudar a los mayores con algo de tiempo y cariño. Parece una aportación menor, pero en todas ellas se comprueba que su acto de generosidad ha ayudado a transformar en alguna medida la vida de quienes ya albergaban pocas esperanzas de superar el aislamiento y el abandono.
En algunos casos, como en el de la iniciativa Radars, cuentan con el impulso público para que una red de vecinos, centros de salud, farmacias, asistentes sociales y voluntarios jóvenes detecten situaciones de soledad y vean modos de revertirla. «Los radares se encargan de detectar y monitorizar a personas que viven solas, vigilando su aspecto, su estado de salud o su situación anímica. Luego, un ejército de voluntarios asume un abordaje más proactivo, con llamadas y acompañamiento a los ancianos para mitigar los efectos de la soledad. El programa, que nació hace una década, atiende a 1.364 personas a través de 3.672 radares y 348 voluntarios».
En otros casos, son los propios centros de salud los que coordinan la atención a los mayores. Por ejemplo, el centro de atención primaria de un barrio de Valencia lleva más de catorce años canalizando la compañía de los ancianos de la zona. » «Nos dimos cuenta de que entre la población que cubrimos, unas 19.000 personas, tenemos casi 700 mayores de 75 años que viven solos, y nos propusimos acompañarlos para evitar su aislamiento social y reforzar pautas de autocuidados saludables, como son la nutrición y el ejercicio».
La gran mayoría de estas iniciativas nace a través de ONG, como el caso de Adinkide, en el País Vasco, que nació para proporcionar «acompañamiento afectivo a personas mayores que viven solas». Jóvenes voluntarios que dedican una tarde a la semana y terminan convirtiéndose en amigos y confidentes de los mayores, ayudan a que la soledad no se convierta en una barrera insalvable para disfrutar de la vida en los últimos años. Como señala una de las beneficiarias del programa, «me costó mucho pedir ayuda. Ahora no me arrepiento, porque veo la vida de otra manera». Su acompañante ha pasado a ser fundamental para que retomara la vida social y volviera incluso a salir a la calle después de años encerrada en casa.