En estos tiempos de incertidumbre, quizá una de las previsiones más seguras es el progresivo envejecimiento de la población. La baja natalidad, unida a la estabilización de la esperanza de vida en muchos lugares del mundo, apunta a que, en 2050, una de cada seis personas en el planeta tendrá más de 65 años. Esta proporción será mayor en Europa y América del Norte, donde el 25% de los ciudadanos estará en la vejez.
Ante estas circunstancias se han incrementado los foros de debate para tomar conciencia del envejecimiento, y han surgido iniciativas públicas de protección a las personas mayores que aún se aplican con timidez. Los propios mayores se ven obligados a visibilizar su situación mediante campañas públicas, como hemos visto recientemente en la protesta frente a la falta de atención personal de los bancos. Se mira demasiado al futuro, a la juventud y a la rentabilidad económica de las acciones sociales, pero se olvidan cuestiones, como el papel activo de los mayores en la sociedad, que en pocos años serán de suma importancia.
Como señala María Isabel Mendoza en un artículo en The Conversation, hay que prepararse para un presente que ya es injusto en el trato a las personas mayores y un futuro que llegará antes de lo que pensamos. Una de las claves está en hallar nuevas fórmulas de convivencia, en muchos aspectos. Tal vez el primero que nos viene a la cabeza es cómo gestionar la vivienda, en cuanto a facilitar que los mayores puedan vivir en las mejores condiciones posibles, bien de manera independiente o apoyados por recursos asistenciales. Las personas tienen que estar bien atendidas y resulta esencial evitar la soledad, otro de los grandes problemas de nuestra civilización.
Nuevas propuestas para reintegrar a los mayores en la sociedad
Y más allá de los recursos residenciales, las políticas públicas tienen que cambiar para adaptarse a una población creciente que no puede ser simplemente excluida como hasta ahora, como si fuera un trasto inservible. La autora reclama nuevas propuestas para acomodar a los mayores en el entorno laboral para quien quiera prolongar su actividad profesional de forma total o complementaria. También señala la importancia de que los mayores puedan seguir teniendo alternativas en cuanto a la formación, el ocio y el deporte o la participación social.
De hecho, es ingenuo pensar que a corto plazo se puede prescindir de contar con casi una cuarta parte de la población para la toma de decisiones que afectan al conjunto de la sociedad. Los mayores, como colectivo creciente, van a incrementar su participación en los asuntos públicos y de forma activa, y no solo como un colectivo al que se intenta seducir para el voto en unas elecciones. Su presencia en las distintas instancias políticas, económicas y sociales será tanto o más relevante que las de las personas de mediana edad, quienes hasta ahora lideran la evolución social.
En palabras de la autora del artículo, «se torna necesario tomar conciencia y actuar ante los cambios demográficos, sociales y económicos que genera el aumento de la esperanza de vida. Esto conlleva asumir nuevos modelos de pensamiento que permitan incorporar la preocupación por las personas mayores como parte de la responsabilidad social en las distintas organizaciones e instituciones, tanto públicas como privadas. En definitiva, se trata de actores fundamentales que ocupan un espacio propio dentro de nuestra sociedad».
Los gobernantes deberán tomar nota antes de que la realidad supere su falta de previsión.