Un año más, el 21 de septiembre se ha recordado el Día Mundial del Alzheimer, una enfermedad que, como recuerda la Confederación Española de Alzheimer, es la principal causa de demencia en nuestro país. «Representa el 70 por ciento de los casos y hay 1,2 millones de personas que sufren la enfermedad, y 5 millones afectadas si tenemos en cuenta a sus familiares cuidadores».
La fecha es siempre importante por el creciente ascenso de esta patología en todo el mundo. Presencia que parece difuminada, al igual que otras muchas enfermedades, por la atención a la COVID-19. Precisamente, la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología ha querido llamar la atención en un comunicado sobre el hecho de que el contexto de la pandemia está dificultando aún más la calidad de vida de los enfermos de Alzheimer y su entorno.
Señala que «a los efectos propios de la demencia se les han sumado las consecuencias de la COVID-19 y las medidas adoptadas para controlar la expansión de la enfermedad. Las personas con demencia, sin importar el lugar en el que residan, han visto cómo los servicios profesionales que recibían para tratar de retrasar el avance del deterioro asociado al proceso neurodegenerativo se han visto interrumpidos o reducidos drásticamente».
A mismo tiempo, las familias han tenido que reducir el número de visitas, por lo que el trabajo de los cuidadores está siendo aún más esforzado y solitario. Los cuidadores «también se han visto afectados en la medida de que no han podido contar con los apoyos de los que disponían antes de la aparición del coronavirus teniendo que, en muchas de las ocasiones, encargarse del cuidado en exclusiva.
Por todo ello, las situaciones de estrés y agotamiento se han agudizado en muchos casos, más en individuos que soportan la sobrecarga de atender a personas completamente dependientes. Parece inevitable superar estas circunstancias y adaptar el avance del tratamiento del Alzheimer a la necesidad de evitar los contagios.
En cualquier caso, las investigaciones que se están llevando a cabo indican que no basta solo con un abordaje farmacológico. Hay que aplicar una terapia global que también tenga en cuenta las condiciones sociales, económicas y culturales de las personas que padecen la enfermedad, y de sus allegados. Se está demostrando que, si bien el desenlace puede ser el mismo, la evolución y la experiencia del Alzheimer varía mucho en función de las condiciones de vida.
«Es fundamental una valoración integral, en la que es fundamental el entorno. Y no solo el entorno físico, con la necesidad de viviendas adaptadas, sin barreras y que ofrendan oportunidades a las personas para desenvolverse, sino también un entorno relacional y emocional que ayude a la persona enferma y al familiar en la convivencia cotidiana».
Los responsables de la SEGG consideran que «en este aspecto, es fundamental la valoración social y el apoyo efectivo a familiares y cuidadores. Solo de este modo podrá garantizarse una relación de convivencia y de cuidados que permita a la persona con demencia la mejor calidad de vida, a la vez que cuidamos también la del familiar que tan importante función asistencial y humana desarrolla tanto para su familiar y para la sociedad».